jueves, 5 de agosto de 2021

CAPÍTULO 71: 5 de agosto de 2021

 Capítulo 71

5 de agosto de 2021



Yo me levanté hoy como un día cualquiera. Messi aún era del Barcelona. Era un día más de vacaciones, que ya van varios. Sí que es cierto que un poco decepcionado porque al mirar qué había pasado en la madrugada vi que ningún español había ganado medalla en piragüismo que era uno de nuestros fuertes.

Pero era un día con opciones. Sobre todo, en la escalada. Después de dar la sorpresa, o eso oí, cuando el español ganó la primera de las pruebas (cuando eso no era lo previsto) en la segunda, que es la que vi, no atinaba. Me tenía que ir de viaje a ver a una amiga que hace dos años no visitaba, eso sí que también era histórico. Según iba en el coche celebré el oro de Sandra Sánchez en Kárate. Es más, es lo primero que hice nada más ver a mi amiga, celebrar ese oro en kárate. Bueno, ‘Kata’. Una victoria un poco extraña. Tanto como que es la primera campeona olímpica de esta disciplina… y la última, al menos de momento. Para algo en lo que somos los mejores…

Pero mi amiga me tenía que perdonar porque el señor de la escalada, un tal Alberto Ginés, de 18 años, estaba un tanto ocupado ganando una medalla de oro que cantaron antes los narradores que los jueces. Sí, ese chaval que doce horas antes estaba preocupado por entrar en la friendzone. En fin, un oro… en escalada. Vamos, nuestra máxima afición de toda la vida. Los héroes de balonmano, aunque sí nos dieron emoción, no se metieron en la final. Fue la cruz del día (no la única para muchos).

Pero por si la jornada llevaba poca adrenalina, llega el nueve veces campeón del mundo de motociclismo y dice que se va en una rueda de prensa. Ya de por sí para alguno era día histórico. Nos pensamos que esa iba a ser la despedida más importante de este 5 de agosto.

Al menos hasta media tarde. Porque va y llega el diario Marca y manda una alarma en la que comunica que Messi nunca estuvo más lejos del Barcelona. Justo veinticuatro horas después de mandar otra alarma que recogía que no podía estar más cerca.

Momentos de incredulidad, salían más informaciones… pero no era un farol, no. La noticia se remató con un comunicado oficial del club que se dedicó básicamente a atizar a la Liga y a decir que, por ese motivo, Messi no seguía. Twitter comenzó a hervir, la programación saltó por los aires, tanto que el que puso La Sexta encontró a Évole por sorpresa antes de medianoche y las vacaciones de unos se acabaron antes de tiempo. Quien sabe… si con dimisión incluida. Ahora veremos.

Un día te cambia la vida. Tan cierto y tan falso. Porque absolutamente todos nosotros nos vamos a dormir hoy con una sensación muy distinta a la de ayer, aunque solo se base en estados de ánimo. Pero a la vez a absolutamente nadie de nosotros, a excepción de Alberto Ginés que seguramente me está leyendo (a Leo no lo nombro porque es una obviedad), estas noticias nos han cambiado la vida.

El 5 de agosto de 2021. Un día ahí perdido. Que empezó con Messi y acaba sin él (aquí), que comenzó con dos oros menos que ahora, que se inició con Pedrerol como presentador de La Sexta y ahora… si cumple su promesa podría acabar vestido de rana. Bueno, eso sí que fue un día histórico.

domingo, 13 de septiembre de 2020

CAPÍTULO 70: Ahora volved a aplaudir

 

Capítulo 70

Ahora volved a aplaudir

«No hay nadie más cobarde que aquel que sabe qué es lo más correcto y no lo hace» (Confucio)

 



Hoy al despertar por un momento fui (más) feliz. Abrí los ojos pensando, como últimamente, en lo planes que iba a hacer durante el día, distintos desde que el coronavirus entró en nuestra vida. Hasta que entré en el móvil y amagué con sonreír. Entrar en Instagram fue como una bocanada de aire cuando vi vídeo tras vídeo de la gente de fiesta, con decenas de personas alrededor, sin necesidad de mascarilla, tocándose, besándose. Y en mi inconsciencia provocada por mi recién despertar imaginé que todo había pasado ya. Por un momento.

Cuando escribí en junio dije que el héroe es quien entiende la responsabilidad que viene con su libertad. Estaba en lo cierto y solo aquel que la entendiera iba a “poder” con esta situación. El problema es que para algunos su responsabilidad terminaba en su balcón, dando palmas.

Habéis demostrado que no dais para más. Confiamos en nosotros mismos, algunos directamente ni llegaron a hacerlo, cuando el 21 de junio nos abrieron las puertas a la famosa nueva normalidad. Todos pronunciábamos la misma preocupación: la presencia de imprudentes que nos podían chafar los planes a los que tanto nos había costado volver: las quedadas con la novia, el regreso al fútbol, los erasmus o un elemento que a medida que pasan las semanas ha dejado de importar a la mayoría (o al menos sus actos así lo reflejan): la familia.

La familia, esa gran olvidada. La que cada domingo visitamos porque es lo que más queremos, doce horas después de haberla olvidado entre cubata y cubata, distancia de medio metro y mascarilla en el bolsoNunca pensé que el egoísmo podía representarse tanto y tan de seguido. Desde el momento en el que supimos que esta pandemia no iba con nosotros, con los jóvenes, que esto era un mero de juego de restricciones que había que esquivar, decidimos que nuestra salud presuntamente intocable podía exponerse a cambio de poner en riesgo la de los demás. Sábado tras sábado, quedada tras quedada.

Pero la familia no es la única que se esfuma de nuestra memoria a corto plazo, que parece haber desterrado los dos meses del “trágico” confinamiento. Lo peor que han vivido algunos, eso decían, hasta que nos hemos dado cuenta de que no, que, con tal de ir al local, a la peña, da lo mismo pasar otros 60 días encerrados.

Soy fiel defensor de las redes sociales pero reconozco que he sentido vergüenza. Todo el mundo que me lee sabe de sobra que antes del Covid pasaba muchos sábados en casa. Nunca tuve el desparpajo de salir a beber y sentía envidia de aquellos que eran capaces de no aburrirse nunca. Pero ahora entiendo que para muchos es ya una enfermedad incurable, pues no conocen el disfrute de otra forma que no sea entre ron y matorrales, sabiendo además que ahora está (más) prohibido.

Hemos fracasado. Nos han dado una oportunidad de demostrar que podíamos ser diferentes, que por una vez podíamos dar ejemplo. Quién nos mandaría confiar en nosotros. Nos han tenido que poner restricciones, cada vez mayores, porque ya hemos visto que responsables no somos, sino egoístas y en muchos casos miserables. Si aquí te lo prohíben, vas allí. Si tienes que pagar una multa, la pagas. Y no solo eso, sino que además lo subes a las redes para reírte a carcajadas de los que intentamos cumplir para que esto acabe cuanto antes.

Qué difícil es quedarse en casa un sábado por la noche. Estáis dispuestos a pagar cualquier precio con tal de que no suceda tal terrible situación. Y aunque los amigos os ofrezcan un plan que sabéis perfectamente que no se puede hacer (ya no digo que sea peligroso, porque eso parecer dar lo mismo, sino que esté prohibido), acudís porque no salir es una derrota para vosotros. Cualquier cosa, pero eso no. En menos de dos semanas veremos cuántos se tienen que arrepentir.

Hay quienes desde el principio, desde el 2 de mayo, cuando salimos por primera vez a correr, el virus ya había desaparecido. Se esfumó. Pero los hay todavía peores, los que hacéis lo mismo que ellos, pero después de haberos hartado a dar lecciones de moral. Después de lucir el cartel de quédate en casa, de aplaudir a las ocho de la tarde, porque así se solucionaba todo. Y, cómo no, subirlo al Instagram, el mismo que hoy deja ver todas vuestras vergüenzas.

Podéis minimizarlo, podéis decir que es solo un virus, que solo fue un día, que somos siempre el mismo grupo de amigos, que en tu pueblo no hay peligro o el mejor argumento de todos: “a mí no me duele nada”. 

Porque en dos meses no habrá Pipeta, no habrá piscinas, no habrá fútbol. Pero tampoco hay que preocuparse porque nosotros estamos bien, en casa, asintomáticos casi todos, aplaudiendo desde nuestro balcón como grandes ciudadanos. Con la única manera de tener un tubo en la tráquea para darnos cuenta de que hemos fracasado sin ni siquiera haberlo intentado. 

 

Viñeta de El Jueves (03/09/2020)



viernes, 1 de mayo de 2020

CAPÍTULO 69: La oportunidad de nuestras vidas

Capítulo 69

La oportunidad de nuestras vidas

«Un héroe es alguien que entiende la responsabilidad que viene con su libertad» (Bob Dylan)


Foto: El día digital

Quedan unas horas para que todo lo que hemos conseguido en 50 días valga para algo o no valga para nada; para demostrar que hemos escuchado, aprendido de un error que no fue culpa nuestra, pero sí pertenece a nosotros la capacidad de subsanarlo. Las calles van a volver a recibir nuestra visita. Más aún en estos primeros días en los que más que salir de casa vamos a dejar el ostracismo para disfrutar del desahogo. En nuestra mano está no volver a los que han sido, para la mayoría de nosotros, los días más negros de nuestra vida.

En este mes y medio nos hemos consumido. Nos hemos hartado de ver las noticias desalentadoras día tras días, de ver curvas que no dejaban de subir, de contabilizar centenares de muertos al día y miles de contagios sin poder hacer nada. Y cada uno lo hemos vivido de una manera. Quiero contaros mi caso.

Muchos recordaréis cuando yo me encontraba en la calle Italia, contando que una mujer que venía de China podía ser el primer caso de coronavirus no solo en Valladolid, sino en la península. Muchos criticaron la información que dimos porque asustamos demasiado a la gente. El tiempo, desgraciadamente, nos dio la razón, porque la pandemia ya estaba aquí, vaya usted a saber desde cuándo. Era el 11 de febrero, mes cuando todo empezó realmente, y en marzo llegaron los primeros contagios confirmados a España y yo, en la televisión, me encargaba de contabilizar los casos diarios. Solo un caso más ya era noticia por aquel entonces. Ahora hay uno cada diez minutos. Yo he sido uno de ellos, salvo que ahora los famosos anticuerpos indiquen lo contrario. Es una pena que haya quienes aún no se dan cuenta de lo que estamos viviendo y es repugnante que para percatarse haya que vivir una desgracia de cerca.

Tenemos la mayor oportunidad de nuestra vida para demostrarnos a nosotros mismos que somos capaces de anteponer la responsabilidad al deseo.

Por nuestros mayores. Por quienes aún tenemos la fortuna de verlos cuando todo esto acabe, pensando que hay muchos otros que no tendrán esa suerte. Por los sanitarios, a quienes nos hemos hartado de aplaudir cada tarde noche porque nadie lo mereció más, dejándose la salud cada día, y que no soportarían ahora un rebrote. Nadie lo soportaría. Por los trabajadores que han hecho que el mundo continúe y que ahora necesitan volver a nuestra realidad. Por los estudiantes, que viven una situación excepcional. Pero también por nosotros.

No podemos obsesionarnos con una ensoñación. Nuestra vida tal y como la conocíamos ha terminado. Al menos durante un tiempo muy largo. Los conciertos, las cenas multitudinarias, la libertad total quedará restringida sin plazo fijo. Pero gracias a estos 50 días hemos aprendido a valorar las pequeñas cosas. Nunca ha sido tan valioso pisar la acera de enfrente. Nunca un abrazo ha sido tan añorado. Nunca volver a mirar a los ojos sin una pantalla entre medias fue tan emocionante. Estamos muy cerca de conseguirlo. Ahora no podemos fallar.

Hace siete días la mayoría nos alarmamos cuando vimos calles repletas de niños incluso jugando entre ellos, con los padres hablando. Es duro y posiblemente tenga consecuencias nefastas (los datos lo dirán), pero nos puso en sobre aviso de lo que no puede ocurrir si convertimos esto en un juego de quién es capaz de estar más tiempo en la calle.

Para muchos esto será un desafío, una competición por ver quién es más valiente (ellos consideran valiente a eso). Ellos se atañen a que la ley lo permite. Y no les falta razón. Podemos salir a correr a las 6 de la mañana, sacar al perro a las 10, después hacer la compra y por último con los niños. Nadie lo va a impedir, la ley permite salir a la calle hasta con la bicicleta, pero dentro de nosotros debería ser obligado salir también con el sentido común de la mano.

Solo eso nos salvará de volver a donde estuvimos tantos días y esta vez, posiblemente, para tardar mucho más en recuperarlo. Debemos parar un momento a pensar. Llevamos 50 días sin salir a la calle, ¿ahora tenemos que salir todos los días para sobrevivir? Estamos en un estado de alarma, en la situación más complicada para todos en los últimos tiempos, ¿no vamos a ser capaces de reprimir las ganas y tomar esta posibilidad de salir de casa con responsabilidad? Hacerlo lo imprescindible, sin juntarnos a los demás, evitando aglomeraciones. En definitiva, hacer lo que cualquier ser humano con dos dedos de frente haría para no perjudicarse a sí mismo y a los que le rodean.

La nueva vida empieza hoy. Ya ha empezado y tenemos que cuidarla. Habrá quienes se la carguen, no lo dudo. Las redes sociales se llenarán de gente que suba fotos en la calle, incluso con amigos, porque creen que así son héroes. Habrá personas que salgan al exterior cinco veces, con distintos motivos, porque como la ley se lo permite ya están ellas para aprovecharlo. Seguro que las habrá, pero a esta hora todavía confío en que serán las menos posibles y, por supuesto, en no encontrármelas.

En nuestro poder está no regresar a un tiempo oscuro (todavía continúa) que, en caso de volver a él, no tendrá salida. Estoy seguro de que podemos hacerlo. Confío en que tú también seas uno de ellos.  Es una oportunidad de oro para demostrar que valemos como personas, como país, de cara a conseguir la mayor victoria de nuestra vida.

jueves, 1 de agosto de 2019

CAPÍTULO 68: Sánchez pa tu manaa

Capítulo 68

Sánchez pa tu manaa


«He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria como para dejarla en manos de los políticos» (Charles de Gaulle)




Sánchez evita a Iglesias
No insistáis más. Ya nos hemos dado cuenta todos. Una vez está bien, dos es hasta gracioso, pero a partir de ahí uno empieza a traspasar la delgada línea del cansinimo. Después de pensar que con el "pon un emoji y te digo las preguntas" ya habíamos tenido suficiente este verano, llegó el penúltimo iluminado que se levantó con la neurona cambiada a decirnos que sco pa tu manaa. Esa expresión que primero pensamos que era un insulto y luego vimos que era la enésima tontería, de la que una vez más nos íbamos a enganchar.

Y así mantenernos entretenidos para olvidarnos de la realidad que nos acompaña, que no mejora con los años. Más bien va a peor. Hace no mucho escribí que la clase política era decepcionante. Tampoco descubrí el mundo con ello. Pero tres años después me he dado cuenta de que me quedé corto. No tenemos Gobierno, otra vez, porque en este país nadie es capaz de ponerse de acuerdo. Ni ellos, ni nosotros.

Desde hace un tiempo hemos dejado de escuchar aquello que no es sinfonía para nuestros oídos. Somos incapaces de debatir sin disucutir; incapaces de valorar lo que dice la opinión contraria; incapaces de ceder; incapaces de no mirarnos el propio ombligo. Incapaces de aceptar que hay gente que piensa distinto a nosotros. No hablo solo de política, hablo de nuestro día a día.

No hay cosa más triste que ver a dos amigos no hablarse por "política". No hay mayor decepción que una familia enfadada por "política". Y siempre le echamos la culpa a ella, a la política, cuando la responsabilidad está en los que no saben practicarla. Y con los referentes que tenemos ahí arriba, en ese Congreso convertido en el Circo del Sol --con respeto al circo--, que pasan más tiempo criticando que solucionando, mal nos irá. Noventa días después de votar, estamos como estamos: rezando para que en noviembre no tengamos que repetir tal tarea, aunque algunos ya tenemos muy claro que no lo vamos a hacer. Por tres razones.

La primera, pero no la única, aunque sí la más importante, porque sería un insulto. Nos enfrentaríamos a las cuartas elecciones en tres años, con el dineral y, sobre todo, la crispación que eso supone. Se han reído de nosotros y cada vez que salen a dar declaraciones resultan más impertinentes, malsonantes y demagogas. No merecen que nos esforcemos en hacer un sobre con o sin papeleta.

La segunda, porque no hay a quién votar. No podemos votar a un partido que retrocede en derechos sociales, y que hace imperar un discurso en el que está la rojigualda y nada más. No podemos votar a un grupo que aterriza en el Congreso a golpe de "no más sillones" y que impide el Gobierno precisamente por no tener los sillones que querían. "No nos representan", dicen, pero tampoco son capaces de representar.

No podemos votar al partido de la regeneración, que no regenera, pero menos aún votar a quienes viven en la selva sin leyes. Tamopco a proetarras, ni a quien está más preocupado de Cataluña y Venezuela antes que del resto de mortales. Aunque de mortales sabe mucho el Señor Sánchez, cuya única obsesión sigue siendo alguien que ya no vive, que lleva cuarenta y cuatro años muerto y que ha sido incapaz de mover del Valle de los Caídos, pese a que significaba la medida estelar de su programa electoral. Es una incongruencia que Franco continúe ahí y por eso este Gobierno (en funciones) es todavía más estéril.

Y la tercera, porque los domingos son para el sofá y para pasar la resaca aquellos que se pasaron la noche subiendo historias a Instagram. No para acudir al colegio --alguno ya habrá ido más veces a votar que a clase-- a ejercitar la democracia. Igual es momento de que nosotros dejemos de practicarla y lo hagan los que realmente mandan. Que ya es hora.

Hablamos de izquierdas y derechas como de amapolas y girasoles. Hablamos de fachas como si fueran caramelos. Unos de naranja y otros de manzana. Insultamos al contrario a la mínima que tiene algo que no nos gusta. Y todavía habrá gente que se sorprenda de que no haya Gobierno. Lo raro sería que lo hubiera. No hace falta votar cada seis meses para comprobar que somos incompatibles; que un lunar que hace diferente a alguien para nosotros es un volcán. España no ha aprendido a vivir en diversidad y el bipartidismo es una realidad más cercana de lo que muchos piensan. El experimento no ha funcionado, culpa de quienes precisamente quisieron romper con él, y por momentos lo lograron. Pero tiene los días contados.

Así que después de hacer sesenta y ocho artículos opinando o, mejor dicho, haciendo sco pa tu manaa (de las cosas que uno se da cuenta a estas alturas), estoy satisfecho. Gracias a este nuevo invento, la gente ahora opina de los temas con entusiasmo. Con mayor o menor razón, no lo sé, de lo que estoy seguro es de que no le tiraré los trastos a la cabeza a aquel que opine diferente, que exija otras cosas, que piense distinto. Ni le bloquearé, ni le negaré el saludo. Lo último que haría sería enfadarme con un ser querido por política. Que lo hagan ellos, los responsables. Los que no merecen que gastemos más líneas escritas, más repulsas ni reprimendas al de derechas ni al de izquierdas, ni papeletas depositadas en urnas llenas de ideas, pero vacías de utilidad, como ocurrió, otra vez, este mes de abril. Ahora es tu turno de opinar. Sco pa tu manaa: Pedro Sánchez.

jueves, 25 de julio de 2019

CAPÍTULO 67: Cuando la música no amansa a las fieras

Capítulo 67


Cuando la música no amansa a las fieras


«Estoy enamorado de cuatro babies. Siempre me dan lo que quiero, chingan cuando yo les digo, ninguna me pone pero» (Maluma, en Cuatro babies)


El Reggaeton no es lo que piensas

“Siempre hacemo’ la 69”, “Yo siempre la estoy esperando con mi pistola”. Podríamos estar hablando de los cantos gregorianos del siglo XIII, de la novena sinfonía de Betthoven o de la última perla de Freddy Mercury. Cualquiera de ellos podría haber firmado estas sentidas palabras, estas admirables estrofas, de bella factura, acompañadas de una sinfonía celestial para nuestros oídos. Es cierto. Quizás estoy exagerando en elogios, cuando en realidad aquellos individuos no les llegaban ni a la suela de los zapatos a Ozuna, Paulo Londra o Bad Gyal. Así que, si se han sentido ofendidos estos últimos, les pido mis más sinceras disculpas. 



A ellos y a los millones de oyentes que llenan de escuchas las canciones de los nuevos reyes de una música educativa, formadora, sensible y, sobre todo, feminista, dónde va a parar. Seguramente es por eso por lo que todos (y todas) las cantan y bailan. En un mundo cada vez más preocupado por la igualdad, por eliminar los comentarios obscenos, machistas (los micromachismos, que los llaman así), sin duda una buena forma de hacerlo es dejar en el primer puesto del ranking en España 'Callaíta' seguida de 'A chuparla' o 'Mía Na Ma'.

Tomándonos la cosa en serio, pese a que no se lleve, es momento de empezar a reflexionar sobre este tema. No va con ser feminista o no, sino con ser coherente. No podemos echar la culpa a Carolina, a la que había que tratar bien “que al final te tendré que comer”, por ser machista y cubrir de rosas a Bad Bunny. No podemos machacar 'Y si fuera ella', de Alejandro Sanz –un hombre machista, sinunaduda-- y dejar escapar por la rendija a Maluma Baby. ¿O es que entonces no podemos dejar a nuestros niños que escuchen a M Clan, pero sí a J Balvin y su 'Se pone coqueta la nena'? Igual antes de hablar, hay que pensar.

Todo el mundo es libre de escuchar, cantar, bailar lo que quiera. Los que no pensamos como vosotros también, que no se os olvide. Y también de escribir, pensar y actuar. Pero alguno falla tan repetidamente a su coherencia que ya corre el riesgo de que no le tomemos en serio. Esto es como el que crea un bot de una guerra civil, se va a Comillas y la deja a medias. Un poco de rigor nunca vendría mal.

Las canciones de Maluma son machistas. Creo que en eso estamos casi todos de acuerdo. Eso no quita que no se puedan bailar, perrear e incluso hacer el acto con ellas. Pero, ¿tiene algún sentido hacerlo y después criticar que alguien ha publicado un comentario machista en las redes? ¿Dónde está la coherencia? ¿Puedo gritar a los cuatro vientos “me gustan grandes, que no me quepan en la boca”, pero luego bloqueo a una persona que se le ocurre poner que no le gustan las chicas gordas? ¿Se imaginan ser un fiel defensor de la igualdad de razas y cantar estrofas racistas?

Es evidente que, hoy en día, la música no es como era antes. Lo he admitido. Mis listas de spotify cada vez están más envejecidas y mi radio ya solo coge Kiss FM y Los 40 Classic. Es cuestión de gustos. No puedo evitar que cuando escucho esa voz empapada de Autotune entonando una frase en un idioma desconocido para mí y para la mayoría que no va envuelto de “M” mis oídos se cierren y mis ojos ensordezcan. Pero hay algo que soporto aún menos, que no tiene que ver tanto con esos sentidos, sino con otro: el sentido común.

No me vale idolatrar a Maluma y exhibirte como firme defensora de la libertad de la mujer. No vale tatuarse el tema 'Bebé', de un tal Anuel, que muestra a la mujer como infiel y viciosa (“Hija de Lucifer”) y plantarte en la primera fila en la manifestación del 8-M, porque quieres protestar ante esta sociedad machista y patriarcal, como si supieras de que se trata. ¿Exageración? Ninguna. Tener interiorizado estas letras y canciones no exime de reconocer que todo esto va hacia la dirección equivocada, por mucho que esté normalizado.

¿Prohibir el reggeaton? Nunca será la solución. Tampoco impedir a los niños que lean Caperucita Roja ni la Bella y la Bestia. Ni la pornografía por el hecho de que ahora parece que por su culpa algunos se vuelven violadores. Por esa regla de tres, los juegos de guerra les harían más violentos. ¿Hay que prohibirlos? Creo que no. Porque más allá de una letra de canción barata, de una sintonía tuneada o de groserías varias, no deja de ser eso, canciones: mundo irreal. Pero en tiempos en los que las relaciones son el Whatsapp, la felicidad son los me gustas y el feminismo no se escenifica con actos, sino con 280 caracteres, cada vez está más cerca que ese mundo irreal se convierta en realidad.

jueves, 18 de julio de 2019

CAPÍTULO 66: Diversión entre 'Comillas'

Capítulo 66


Diversión entre 'Comillas'


«Las redes sociales sin objetivos son como una silla mecedora: mucho movimiento pero no te llevan a ningún lado» (Pedro Rojas)



Segundo miércoles de julio por la noche. Nos llegan noticias frescas desde Comillas, Cantabria. Más del 50% de las parcelas están ocupadas para vivir la mejor fiesta del año, solo comparable al Arenal Sound o, si me apuran, a las del barrio Pajarillos. Este año no hay duda, toca petarlo -si se encuentra sitio, claro- y para ello solo hace faltan dos cosas: un Smartphone con batería y una buena tarifa de datos.

Qué bonito y qué molón es pasarse el verano entre resaca y resaca. ¿No te la coges este sábado? Qué aburrido. Entre fiesta y fiesta del pueblo de aquí y el de allá, y de ese del que no te acuerdas del nombre o bien porque ibas hasta el gorro o porque tenía más letras que el coche que tus padres todavía te están pagando.

Es una buena forma de pasar los meses, salvo para tu hígado. Pero no nos olvidemos de que nada de esto tendría sentido sin que se entere el resto. Tú no has ido a un sitio si tus 8.000 seguidores no han ido contigo y disfrutado de tu estado de júbilo en cada minuto. Playa, historia; barbacoa, historia; Bacarrá, historia; Amanecer, historia con la hora para que veamos que eres la hostia y que pa insomnio, el tuyo. ¿Pero tú que verano de mierda has tenido que no has subido ninguna storie?

Aunque reconozco que, dentro de la obsesión acuciante de impresionar a propios y extraños (la mayoría, extraños) con tus juergas llenas de luces y de cachis (que no falte el vaso en mano), hay otro aspecto todavía más preocupante. Y es el hecho de que, al minuto de subir la historia a Instagram 'dándolo todo', ya haya cien personas que se lo están pasando """"tan bien"""" que la han visto. Es tal su diversión en ese momento que se meten en Instagram a ver qué ha subido la gente. Sin duda, lo que uno hace cuando está muy entretenido. Olé sus bemoles.

Nunca está de más hacer ver a la gente que lo pasas bien, es sano, aunque pienso desde hace mucho tiempo que la vida en Instagram es ciencia ficción. El proceso es el siguiente: colgar algo que a tus seguidores les cause la sensación de "qué envidia que él hace esto y yo no" y, en la mayoría de casos, esperar a que sea respondida por esa persona que deseas (casi siempre se sube con esa intención) y alcanzar el clímax. Y así una tras otra en una maravillosa noche de fiesta de la que todos nos hemos enterado, incluso me atrevería a decir que más que tú.

Con ello nos hacemos la pregunta. ¿Dónde está el límite? ¿Por qué sentimos la obligación de que todo el mundo vea lo que hacemos en cada momento? ¿Nos hace más felices pasarlo bien o que el resto lo sepa? Hace años esa segunda hipótesis no era posible, pero con la llegada de las redes esto se ha convertido en una obsesión difícil de curar, que nos llevará al engaño, a la felicidad fingida. Es más, nos preocuparemos los demás cuando llegue el sábado en que esa persona no suba nada. Pensaremos que hasta se lo estará pasando bien.

O quizás se haya marchado a Twitter a contar las penas. Es la gran contradicción de la vida internauta. Uno va a Instagram a contar lo bien rodeado que está, la gran cantidad de planes que disfruta y, en definitiva, lo excepcional que es su vida y ya después pasa por la red del pajarito a decirnos que ese día no ha quedado, que su mejor amigo es Netflix y que su depresión va en aumento cada día. Y ahora qué versión nos creemos. Esto es el completo veneno de la razón.

Vamos camino de no entender nada y, además, de no soportarnos. Hay que estar todo el día llamando la atención y de la manera más ridícula posible. En Twitter ya nos superamos. Lo último ya es subir una foto, generalmente faltos de ropa y con pose muy improvisada (ironía, por supuesto) para acompañarlo de una frase. “Qué mal me veo hoy” “Con esta pinta cómo me va a querer alguien” o, la mejor de todas: "No me gusta cómo salgo en esta foto, pero la subo porque quiero". Viva tú, valiente.

Desgraciadamente, Comillas acabó. Supongo que se lo habrán pasado bien, siempre y cuando hayan subido unas cuantas docenas de historias, y ahora toca buscar la siguiente fiesta para colgarla de pregón a cierre. Sin faltar detalle. Asistiremos con gran expectación a todas y cada una de sus obras artísticas, divertidas y originales con las que nos deleiten cada noche. Eso sí, tengan cuidado. Carguen bien el móvil, no sea que se apague y haya que levantar la vista de la pantalla. Puede que en ese momento, allí, ya se haya marchado hasta Poti.

jueves, 6 de diciembre de 2018

CAPITULO 65: VOX es culpa tuya, y mía

Capítulo 65


VOX es culpa tuya, y mía


"Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto" (George C. Lichtenberg)




Vox irrumpe con fuerza, de momento, en Andalucía

A esta hora todavía hay quien se pregunta cómo ha ocurrido. Aún hay políticos, personas, twitteros incluso que siguen sin entender cómo ha llegado hasta aquí esta especie de demonio, que parece haber nacido hace unas semana, invento de cuatro individuos fachosos que se levantaron un día ociosos y sacaron la rojigualda del cajón, gritaron Viva España y se presentaron a las urnas, como quien va a comprar el pan.

Cómo pudo pasar, dicen todos estos adanistas que creen que en la red surgió el botijo, y que, envueltos en pijama y manta, habían publicado mensajes furiosos con todo su empeño, clamando el sentido común a los andaluces en la jornada de reflexión (y eso que el CIS estaba tan tranquilo, con la situación presuntamente controlada). “Tenéis que votar a quien nosotros decimos, no seáis fachosos, queridos andaluces”. Lástima que, cuarenta y ocho horas después, todos esos votantes a los que clamaban han pasado a ser unos incultos, unos "ignorantes" y unos "fascistas" (todo el mundo lo es, pero ellos más).

Porque votaron a VOX, hasta el punto de que ha conseguido doce escaños, y provocó en alguno una sensación de noche “más negra” solo comparable a aquella en la que un tipo con pelo naranja que hacía cameos en Solo en Casa salió elegido presidente de la nación más importante (y ahora más antidemocrática) del mundo. Y por qué salió Trump, por qué volvió a ganar el PP, por qué irrumpe VOX. Por una serie de razones que se reducen en una: el hartazgo.

No hace falta ser politólogo para saber que en los momentos en los que reina la crispación cuando el populismo entra en auge. Al igual que ocurrió con Podemos, nacido de la mayoría absoluta inmóvil del PP y, en consecuencia, de la sentada histórica del 15-M. Así surgió la formación morada, que ha pasado a convertirse en socio principal de Gobierno –algo de lo que pocos se dan cuenta–.

¿Alguien se ha preguntado por qué en la era de lo políticamente correcto surge el extremo de lo políticamente incorrecto? ¿Alguien se cuestiona cómo es posible que en el momento de mayor voz del feminismo salte un partido contrario a la ideología de género? Por increíble que parezca, hay gente que está en contra: en contra de que los partidos de izquierdas sean incapaces de defender la clase trabajadora, en contra de que la derecha lleve años salpicada por la corrupción, de que el Presidente del Gobierno un día sea del Sevilla y otro del Betis. En definitiva, en contra de una clase política incapaz de reflejar lo que piden los españoles. Y, ante eso, el populismo: ese movimiento que propone soluciones fáciles a problemas laberínticos.

Es de pobre pensamiento creer que la mayoría de gente (una parte es evidente que sí) vota a VOX para fastidiar a los homosexuales, para erradicar el feminismo (el que predican algunos/as sí, desde luego) o para dejar a Franco donde está (total, tampoco está para moverse el solo). Porque no es cierto: este partido, al igual que Podemos en su día, se ha convertido en la única válvula de escape de un sistema político que a día de hoy está podrido, tanto a la izquierda como a la derecha, cuyos líderes parecen competir cada día por ser los más ignorantes y ,además, parecerlo ante las cámaras. Esa es otra.

Porque si se habla del auge de VOX no se puede dejar de lado el periodismo que, gracias a este caso, ha vuelto a demostrar que atraviesa su etapa más ignominiosa y humillante desde que disfrutamos de democracia (ahora que cumplimos 40 años de la Constitución). Todavía hay quien no se ha dado cuenta de que por cada menosprecio a esta formación política ha nacido un votante más

Dónde está aquel periodismo que se dedicaba a ser neutral, a dar una información veraz, contrastada, sin carices ideológicos. Pasó a la historia, pues es más importante hablar del “partido fascista”, de “los fachas” y de “la extrema derecha” para satisfacer a los que se sientan al televisor para refrendar sus ideas progresistas (pero que a la hora de votar se quedan en casa). Lo hicieron con el PP –volvió a gobernar–, lo hicieron con Trump –fue presidente– y ahora con VOX –y aquí está–. El efecto rebote, que le llaman.

Seguimos empeñados en anclarnos en aplicar categorías y realidades propias de otras épocas, porque quizás no entendemos lo que tenemos en frente o quizás no queremos entenderlo. Lo que se quiere ver: a VOX solo lo pueden votar las malas personas. Lo que existe: hace tiempo que hay gente harta, en contra de los medios y de la lo políticamente correcto, que hace estragos. Y el más gordo consiguió el domingo doce escaños en Andalucía. Sigamos por este camino, e igual en unos meses esos doce quedan solo en un aperitivo.